La noche oscura y bella es mágica para el poeta, en esa fase postrera del día cuando llega al clímax de su grandeza. También en este tránsito nocturno emerge la sensibilidad de nuestro poeta. Así se expresa en poemas como La luna, donde la triste campana suena en la calleja del pueblo. Tanta tristeza la evoca la noche al poeta que, hasta Selene, esa luna que inspira al artista, se le marcha unos versos más abajo y dice: Márchese muy despacito, callada, silenciosa, dejando sola en la noche la solitaria campana que en la calle del pueblo sonaba triste en la nada.
La ausencia, la tristeza, el lamento, la esperanza, la resurrección, la vida, todo ello se amalgama en sus poemas de amor. A veces nos sorprende con un amor juguetón, pizpireto, otras veces con un latido ausente, doloroso, profundo. Pero, sobre todo, Gregorio Laborda es un poeta de luz y esperanza cuando dice: Entre los trigos y los arrozales vuelan las canciones, vuelan los cantares. Entre los trigos y los arrozales te fuiste, mi amor, lejos de estos lugares.
Juega Gregorio con las palabras simples, con las palabras bellas que dicen las cosas grandes. Las acaricia, las evoca y fabrica sentimientos. Nos las entrega como halagos, hasta que llamen a nuestra puerta con la dulzura de una dama inmaculada que nos trae la buena nueva. Él sabe por su profesión que las palabras como los huesos tienen memoria, y lo que hace con su arte es entrar en su tuétano, ponerlas a nuestro servicio para regalarnos emociones.